jueves, 8 de enero de 2009

La historia de Victoria


Prólogo


No creo en el destino, la vida es una maraña de caminos por los que debemos transitar, cada decisión conduce a uno de ellos y las decisiones solo pueden ser de dos formas diferentes, racionales o sentimentales, pero nosotros decidimos al fin y al cabo el sendero a recorrer.

Te maté tan rápida y fríamente que ni siquiera sentí dolor, pero fue extraño desprenderme de ese sentimiento. Me pregunto si tendrá algún efecto secundario, no lo creo, después de todo fui yo la que decidió destruirte. No me culpes, no le hice caso a mi razón como venía haciéndolo, te juro que esta vez le hice caso a mi corazón.

No usé anestesia, fue mi tributo a que hubieras existido, y de haber pasado más tiempo sé que no hubiera podido desterrarte. No fue difícil solo necesité un objetivo más grande y el momento se presentó oportuno.

Ya tuve duelo suficiente, solo unas noches en vela bastaron y un nuevo amanecer me volvió a abrir las puertas que olvidé estaban ahí para mí.

¿Que la venganza no es un objetivo suficiente? No estoy de acuerdo, de hecho ahora se convirtió en mi único objetivo. Al menos hasta que otro superior lo reemplace ¿Que cuándo será eso? No lo sé, supongo que hasta que un sentimiento más fuerte venga a tomar su lugar, pero no dejaré que sea el dolor. Porque cada vez que ese sentimiento se apodere de mi ser solo necesito recordar su rostro y pensar en lo que voy a disfrutar verlo agonizar antes de que su corazón sea atravesado por mi espada. Ese sí que será un hermoso consuelo.


*****

Llovía. Mis pequeños ojos recorrían los inconexos diseños que formaban las gotas sobre el cristal, afuera los árboles agradecían la llegada de la época de lluvias. Un relámpago iluminó el cielo y luego un trueno se oyó a lo lejos. Nuestra casa era muy sencilla, era una cabaña de madera, pero mi padre la había construido tan bien que era imposible que se filtrara la más mínima gota de agua. No teníamos vecinos, las casas en esa zona estaban bastante dispersas, en el pueblo de Lestrange había, como mucho, unas cincuenta cabañas. La más cercana era la del abuelo William a unos quinientos metros, varias eran las veces que íbamos a visitarlo, a él le encantaba jugar conmigo. Ese día cumplía doce años, y me dio pena porque sabía que con ese tiempo él no iba a poder asistir.
-Papá, no tienes que hacerlo.
-No, hoy es tu cumpleaños yo me encargaré de cocinar.
Mi padre era muy joven, tenía solo treinta y ocho años, y era todo para mí. Él me había criado cuando murió mi madre, el mismo día que yo nací. Yo sabía que se esforzaba para que ese día fuera de festejo, más allá del dolor que él pudiera sentir por los recuerdos. Había dejado todo, la academia, el ejército, la guerra, todo para estar conmigo, y yo le agradecía cada segundo que había dedicado a educarme. No hubiera hecho nada que lo pusiera triste, ni nada que lo hiciera enfadar, complacía cada una de sus peticiones, incluso aquellas que me costaba demasiado cumplir.
Creo que él habría querido mucho más un hijo varón, para que lo sucediera algún día en el ejército, pero no tuvo esa suerte. Sabía que mi padre había luchado en la guerra y que si bien no había llegado a un rango elevado, lo habría hecho de no haber nacido yo, o de no haber muerto mi madre. Al pueblo le pusieron nuestro apellido, porque mi padre nos protegía a todos, eran raras las ocasiones en que los bandidos se acercaban a nuestra aldea, pero de hacerlo siempre estaba allí para obligarlos a retirarse.
Aun así yo iba a cumplir su sueño, no estaba lejos el día en que me iría de casa. Él me enseñó tanto el arte de la lectura y la escritura como el de la espada. Éste último me costaba mucho más, pero no me rendía. Incontables fueron los días que entrenamos bajo los árboles con espadas de madera y me enseñó todo lo básico. Él quería enviarme a la academia desde mucho más pequeña pero yo no quería dejarlo solo y él disfrutaba con mi compañía.
-Papá ¿extrañas a mamá?
Yo sabía cual era la respuesta, pero era inevitable que le hiciera esa pregunta todos los días en los que cumplía un año más.
-Sí hija, pero estar contigo me lo hace mucho más fácil.
Siempre me respondía lo mismo y por eso retrasé mi partida todo lo que pude, cada vez que él me decía que ya era tiempo de marcharme yo le decía que quería estar con él un poco más, y no se podía resistir a esa petición.

Pasaron tres años más. Ya no podía retrasar más lo inevitable, tenía que irme o jamás iba a poder cumplir su sueño. Y llegó el día, se presentó soleado y con pocas nubes y mientras me dirigía hacia el bosque miré cada rincón, como si fuera la última vez. Subí la pequeña colina que me llevaba hasta la cabaña del abuelo William. Cuando llegué él me esperaba sentado en su mecedora a la puerta de la casa disfrutando de la cálida brisa y de los rayos del sol. Ya no jugábamos como antes pero sí charlábamos muchas horas y nuestras conversaciones siempre tomaban senderos filosóficos. Por lo general estábamos de acuerdo, pero había un tema en particular en el que diferíamos. Él creía que el destino nos empujaba allí donde debíamos estar, yo no creía eso, para mí el destino lo forjaba uno mismo.
Le dije que había llegado el día en que partiría para la academia y que ya no iba a volver a casa, no hasta que fuera digna de portar la espada de mi padre. Las lágrimas brotaron de sus ojos celestes, desde hacía quince años mi padre y yo éramos su única compañía. Sentí deseos de abrazarlo y lo hice, llena de nostalgia.
-No llores abuelo, volveré- le dije para consolarlo, pero en mi interior sabía que quizás nunca más volvería a verlo. Lo besé en la mejilla como siempre hacía al despedirme, como si fuera un día más, di la vuelta y no miré atrás. Cuando bajé la colina fui yo la que lloró, pero él jamás lo supo.
Cuando llegué a casa mi padre estaba esperándome. Ya tenía mis ropas dispuestas en un bolso de viaje y esperábamos que llegara la carreta. Un amigo de mi padre que era comerciante y distribuía sus mercaderías en la Capital me llevaría hasta allí. Abracé a mi padre con todas mis fuerzas, ya no tenía más palabras que decirle. Cuando me aparté de él luego de un buen rato me dijo:
-Cuidate, hija, estaré esperando tu regreso- acto seguido me entregó el nodachi, envuelto en una tela y con correas que me permitirían sujetarlo a mi espalda.
-Volveré en cuanto sea digna de ella- le dije y las lágrimas se me escaparon, aunque las reprimí para que no me viera hacerlo.
Afuera se escuchó el ruido de la carreta, lo abracé una vez más y él me abrió la puerta de madera. Tomé mis cosas y subí lentamente, como intentando buscar más excusas para quedarme allí. Pero ya no había vuelta atrás. La carreta comenzó su recorrido y esta vez miré hacia atrás, hasta que mi padre se convirtió en un pequeño punto en la distancia y ya no lo vi más.

El viaje no fue muy largo, pero hicimos bastantes paradas en los distintos pueblitos en donde el amigo de mi padre vendía sus mercancías. Sé que vendía telas y también algunas ropas ya confeccionadas, me contó que su mujer era la encargada de fabricarlas. Me pregunté cómo hubiera sido mi vida si mi madre hubiera estado con nosotros, esa era una pregunta de la cual jamás obtuve respuesta.
Creo que ver por primera vez la ciudad fue demasiada impresión para un solo día. Nunca había viajado a la Capital y los otros pueblos que había visitado como mucho tenían mil habitantes. Todo estaba abarrotado de comerciantes, los edificios eran enormes, algunos de varios pisos, y la gente colmaba las calles. Fue un poco abrumador. Le di las gracias al amigo de mi padre, fue tan amable que me dejó en la entrada de la Academia. Tomé mi bolso y lo colgué de mi hombro, inspiré y crucé la entrada principal.
El campus era gigantesco, vi a lo lejos algunos chicos corriendo, otros practicaban con la espada, otros simplemente estaban charlando sentados bajo los árboles. El edificio se encontraba cruzando un campo y detrás de él también se extendía una amplia sección de terreno de entrenamiento. Llegué hasta el edificio, por suerte pasé bastante desapercibida, solo algunos notaron que yo era nueva en ese lugar y nadie se me acercó. Estaba bastante nerviosa. Llegué al edificio y entré en la recepción. Me acerqué a una especie de mostrador y me atendió una chica.
-Buenos días, en qué puedo ayudarte.
-Vengo a inscribirme.
Pareció bastante confundida, creo que al verme interpretó que yo no podía llegar a mucho en ese lugar. Soy de contextura bastante delgada y no muy alta, solo medía un metro sesenta y cinco. Mi piel era bastante blanca lo que me daba un aspecto demasiado frágil, mi pelo castaño oscuro que enmarcaba mi rostro caía largo sobre mi espalda. En ese entonces después del viaje seguro estaba altamente despeinado. Debí parecerle mucho más pequeña de lo que era en realidad, mi rostro era bastante aniñado. La miré nerviosa.
-¿Podrías decirme tu nombre por favor?
-Victoria Lestrange.
Buscó en el archivo y luego de revolver varias carpetas colgantes me miró sorprendida.
-¿Tienes algún parentesco con Edward Lestrange?
-Sí, él es mi padre.
Ella se sorprendió aún más pero comenzó a preguntarme algunos datos, mi fecha de nacimiento, donde vivía, el nombre de mi madre y otros datos más que fue escribiendo en su anotador. Luego del interrogatorio me pidió que aguardara un momento allí. Al poco rato volvió a aparecer junto a otra chica. Lo primero que pensé fue que era muy hermosa, tenía el cabello rubio dorado, lacio y muy largo. Los ojos muy azules como el mar en calma cuando lo iluminan los rayos del sol y la tez bronceada por el permanente entrenamiento al aire libre. Tenía una armadura sencilla de color plateado, una espada larga colgaba de su cintura. Era mayor que yo, de eso estaba segura. Supuse que venía de alguna de sus clases. Se acercó a mí y me sonrió.
-Bienvenida- me dijo extendiéndome la mano.
-Gracias- dije y la saludé.
-Desde hoy ella será tu compañera de cuarto, y comenzará con tu entrenamiento hasta que estés lista para acceder a las clases con tus compañeros.
Era una especie de nivelación pero no me quejé, al contrario, sabía que el entrenamiento básico de mi padre no me ayudaría demasiado allí. Subí con ella hasta el segundo piso, donde estaban los cuartos de las mujeres, los hombres dormían en el otro edificio.
-Mi nombre es Alexandra, es un gusto conocerte.
-Yo soy Victoria- no sabía que más decirle, no había tenido contacto con mucha gente mientras vivía en mi pueblo, me iba a costar acostumbrarme.
El cuarto era bastante grande, tenía dos habitaciones y un baño, además de la sala de estar. Una enorme ventana daba al patio del fondo del edificio. Me quedé mirando a un grupo de chicos siguiendo una rutina de ejercicios.
-No te preocupes, no vamos a empezar hoy- me dijo sonriendo.
-Quiero empezar pronto.
-Hoy te voy a mostrar las instalaciones ¿es un nodachi?- me preguntó. Todavía estaba envuelto en la tela pero era evidente que era mucho más largo que una katana.
-Sí, era de mi padre.
-Ahora tomate tu tiempo, si querés podés tomar un baño y cambiarte, vuelvo dentro de media hora.
Acto seguido se marchó. La puerta de su habitación estaba abierta, así que entré para observar, supuse que no le molestaría o de lo contrario hubiera puesto la llave. No había mucho en la habitación, su cama estaba hecha y todo estaba perfectamente ordenado, eso me gustaba porque yo era igual en ese sentido. Había un portarretrato en su mesa de luz, en la foto aparecía ella junto a su madre y su hermana pequeña, supuse que así era porque eran las tres muy parecidas. Su madre y su hermana eran muy bonitas también.
Tomé un baño y me cambié de ropa, me puse algo cómodo porque sabía que íbamos a pasarnos el resto del día caminando por el campus. Cuando volvió ya se había bañado y quitado la armadura, llevaba ropa de gimnasia y parecía disfrutar tener el día libre. Me llevó por todo el campus, me mostró el comedor, el otro edificio donde dormían los chicos, los campos de entrenamientos, los gimnasios, los cuartos donde se guardaban las armas y las armaduras. Mientras se iba encontrando con sus amigos y me presentaba a todos ellos. Parecía ser muy popular. Cuando llegamos a una vitrina noté que había un trofeo que llevaba su nombre.
-Todos los años se hacen torneos en el campus, nos dividen en dos bandos y realizamos distintas pruebas. El que suma mayor cantidad de puntos entre ellas es el vencedor. El año pasado lo gané yo, pero solo por un margen muy pequeño.
-¿Y quién fue tu contrincante?
-Ya lo vas a conocer. Mira ese de ahí.
Miré el trofeo dorado, era parecido al que había ganado Alexandra, pero parecía mucho más deslucido, noté que era porque ya tenía varios años, en la base aparecía escrito “Edward Lestrange”.
Me dio mucha alegría ver allí el trofeo de mi padre, pero a su vez pensaba que para mí sería imposible poder obtenerlo. Creo que ella se dio cuenta de lo que estaba pensando y me dijo:
-No te presiones por eso.
-Para mí sería prácticamente imposible ganar algo así…- le sonreí- pero haré lo mejor que pueda.

Campus – Día 1

Hoy me pasé el día al lado de Alexandra, no me molestó, al contrario, ella es muy amigable. Recorrimos todo el campus, y al final del día me llevó a ver una clase de los chicos. Me sorprendí, eran demasiado buenos, dudaba poder llegar a su nivel algún día. Ella me dijo que eran del último curso, que no esperara llegar a hacer esas cosas en poco tiempo. Creo que está muy en lo cierto. Estoy bastante cansada, aunque creo que mi mente lo está más que mi cuerpo.

Campus – Día 2

Comencé el entrenamiento con Alexandra. Ella es muy buena pero demasiado exigente, se lo agradecí, quería empezar las clases cuanto antes. Me dijo que me olvidara del nodachi por ahora, que solo practicaría con espadas de madera por un buen tiempo. Estuve de acuerdo. Estuvimos realizando duros ejercicios durante todo el día, ella me hizo seguir casi en su totalidad la misma rutina que ella. A la noche, cuando me metí en la bañera lloré por primera vez, me dolía todo el cuerpo, no había un solo pequeño resquicio en el que no sintiera dolor.

Campus – Día 3

Ayer prácticamente no dormí, no había forma de acomodarme en la cama sin que me doliera alguna parte del cuerpo, mis músculos estaban demasiado resentidos. Me pregunté como lograría seguir esa rutina con el cuerpo en ese estado. Pero lo hice, no me quejé, pero me caí muchas veces, el cuerpo no me respondía y Alexandra tuvo que eliminar algunos ejercicios cuando vio que caí al suelo y ya no podía levantarme.
-Levantate- me dijo fríamente.
-Lo siento, no puedo- le dije a punto de llorar.
-Sino lo haces tendré que decirles que no eres capaz de entrar a la Academia, y no quiero eso.
Yo hice un esfuerzo sobrehumano para ponerme de pie, quedé parada con los brazos casi sin vida colgando al costado de mi cuerpo. El sudor bañaba mi rostro y lo sentía arder. Me dijo que habíamos terminado y a duras penas logré subir las escaleras. Cuando me metí en la bañera, volví a llorar, tenía moretones y raspones por todo el cuerpo. Me pregunté cuanto tiempo más iba a poder resistir un entrenamiento como ese
.

Campus – Día 4

Hoy el entrenamiento fue mucho más duro que ayer, Alexandra y yo hablamos bastante, le conté muchas cosas de mí, era raro poder hablar con otra chica sobre mis cosas, no había tenido amigas allá en Lestrange. Ella me contó sobre su familia, me dijo que su padre había muerto en la guerra y que su hermanita era la hija del segundo esposo de su madre. La admiración que sentía hacia ella fue en aumento con el correr de los días, no podía creer lo bien que seguía esa rutina que a mí tanto me costaba mantener. Sabía que ella llevaba muchos años allí, pero aún así… Hoy fue el primer día que dudé de haber venido, pero enseguida esa duda se disolvió, tenía que hacerlo, por mi padre.

Campus – Día 5

Me levanté cansada, tuve que vendarme los pies debido a las ampollas, casi no podía pisar sin sentir dolor, tenía las plantas de los pies en carne viva. Mis manos también estaban ampolladas debido a sostener el boken. Me las vendé también pero sabía que eso no iba a prevenir el dolor. Mi cara estaba llena de cortes y raspaduras, me sujeté el pelo y me preparé para otro largo día. La rutina iba siendo cada vez más compleja y necesité de toda mi fuerza de voluntad para seguir. Alexandra me daba ánimo pero a su vez me hablaba fríamente cuando yo le decía que no podía más. Ella decía que siempre se podía dar un poco más y que mientras no me cayera al piso convaleciente había que seguir. Lloré una vez más, creo que Alexandra estaba probando hasta donde podía llegar, y el resultado no estaba siendo favorable.

Campus – Día 6

Creo que las ojeras de mi rostro ya evidenciaban lo mal que estaba durmiendo en las noches, comencé a tener pesadillas sobre el entrenamiento, cuando no entrenaba, soñaba que entrenaba, fue horrible. Necesitaba descansar, ¿por qué Alexandra no podía entender eso? Sino hubiera sido ella, hubiera abandonado al segundo día, por eso, le agradezco, porque gracias a ella todavía estoy aquí.

Campus – Día 7

Hoy fue un día especial, estaba entrenando con Alexandra a la sombra de unos árboles, al fondo del edificio principal cuando de repente ella frenó el ataque que iba dirigido a mi dolorido hombro. Ya me había pegado con el boken tres veces y yo había fallado detenerla, esta iba a ser la cuarta. A lo lejos se acercaba alguien, tenía el uniforme que yo había visto vestían los chicos que ayudaban en las misiones a los profesores.
-Hola Alexandra- la saludó.
Ella se acercó y le estrechó la mano.
-Héctor, veo que ya regresaron de la misión.
-Así es, y fue un éxito.
-Te presento a Victoria.
Él se acercó a mí y me alargó la mano.
-Espero que ella no sea tan dura contigo como lo es conmigo- me dijo sonriendo.
-Seguro que no- atiné a responder.
Y cómo podría explicar lo que sentí al verle, creo que no podría. Tenía el cabello muy negro, ojos azules muy oscuros, la tez bronceada y su cuerpo era escultural. Había visto a otros chicos hasta entonces pero no había sentido lo mismo que con él.
Alexandra me dijo que él había sido su contrincante el pasado año en el torneo. Y que seguramente lo volvería a ser este año.
Hoy Alexandra me dijo que ya habíamos cerrado la primera fase, a partir de mañana el entrenamiento será más duro ¿cuánto más duro? Me pregunté. Aún tenía llagas debajo de los pies y en las manos, ¿cómo iba a poder con un entrenamiento más duro? Pensé en papá, me pregunté si él me extrañaba tanto como yo a él.

Campus - Día 30

Hoy cumplí un mes en el campus. Alexandra me dijo que habíamos terminado, fue tanta mi alegría que me colgué de un salto a su cuello. Ella me sonreía, creo que se alegraba de mis progresos. Los últimos días el arduo entrenamiento ya se había vuelto rutina y lograba llegar al final sin desfallecer, aunque todavía me dolía todo el cuerpo.
-Ahora deberás mejorar el uso de la espada, y empezarás las clases con los profesores.
Había estado un mes entero casi todo el tiempo con ella, me iba a costar desprenderme, se había convertido en mi mejor amiga, pero sabía que la seguiría viendo, después de todo dormíamos en la misma habitación.

Campus – Día 93

Pensar que ya llevo tres meses aquí… ¿por donde podría empezar? Las clases ocupan casi todo mi tiempo y no puedo sentarme prácticamente un minuto para escribir. Hoy nos dieron el día libre. Llevo bien las clases pero me frustro demasiado, siempre soy la última en llegar cuando hacemos pruebas de resistencia, la última en terminar mi serie de ejercicios, la última en todo, al principio fue más fácil, pero ahora incluso aquellos que ingresaron después que yo mejoran más rápidamente. Héctor dice que tengo que dejar el nodachi, que es una espada demasiado grande, creo que es a lo único que no puedo hacerle caso.
Todos los días después de las clases nos juntamos Alexandra, él y yo a entrenar y a pesar de eso, todavía no logro ponerme a la altura de mis compañeros. Tengo una leve hipótesis de por qué puede ser, leve lo digo en el más irónico de los sentidos.
Digamos que mi primer amor no fue como lo imaginé de niña. Si se puede llamar así, porque la única que sabe de ese amor soy yo. Sé que en algún momento voy a tener que decírselo a alguien, pero por ahora me conformo con ser la única. Él es como un sol para mí, cuando estoy con él todo es más fácil, es como si él pudiera hacer que todo brillara. Pero yo sé, estoy segura de que jamás vamos a cruzar la línea de la amistad.

*****



Todo estuvo bien… por un tiempo. Pasaron los meses y yo mejoraba pero muy lentamente. Cuando empecé a manejar el nodachi todos me decían lo mismo, compañeros y profesores, que no debía practicar con una espada así, que el motivo de mi retraso era por querer manejar un arma que no se adecuaba a mí en ningún sentido. Pero jamás iba a hacerles caso, aunque me llevara el doble de tiempo, aunque me costara el triple de esfuerzo, no iba a cambiar de arma, jamás. Se realizó el torneo anual y obviamente yo quedé muy por debajo de los primeros puestos, aunque allí si estuvieron mis dos amigos Héctor y Alexandra disputándose nuevamente el primer lugar. Pero esta vez, el que ganó por muy poco margen fue él.
Cómo pronunciar su nombre, como escribir cada una de sus letras sin sentir dolor. Aún recuerdo tan nítidamente dos meses atrás cuando me confesó que la amaba. Sentí que el cielo se venía abajo, que me aplastaba con su peso e inútilmente intenté ocultarlo. Sabía que él había notado el cambio en mi rostro, pero solo fue un segundo, enseguida una sonrisa bloqueó mi tristeza, pero el terrible dolor que sentía mi pecho no se borraría a partir de entonces. Fue como si el sol se hubiera apagado. Creo que en el fondo ya lo sabía, pero tenía la esperanza de que no sucediera. Además era lógico, yo comparada con Alexandra no era nada. Ella era hermosa, manejaba las armas a la perfección, su cuerpo esbelto estaba preparado para todo tipo de entrenamiento, y ya realizaba misiones junto a los profesores. No me podía comparar con ella en cualquiera de esos aspectos, ni en ningún otro.
Me volví más introspectiva a partir de ese momento, evitaba acercarme a él más de lo extremadamente necesario, pero esto me traía más dolor. Con Alexandra era diferente, por un lado la admiraba y la quería tanto que hubiera podido hacer cualquier cosa por ella, por el otro la envidia que sentía me estaba carcomiendo por dentro, y esto me hacía sentir mucho más que una basura.
Obviamente hacía mucho tiempo que yo sabía que Alexandra también lo amaba. Me preguntaba cuándo ambos se decidirían a estar juntos, y la respuesta por fin salió a la luz, era tan obvia que no me había dado cuenta. Ellos creían que iban a lastimarme. Tenía que hacer algo, no podía quedarme de brazos cruzados. ¿Pero qué? ¿Podría mi dolorido corazón sufrir aún más?
Comencé a entrenar con otro de mis compañeros para evitar entrenar con ellos, aunque fui haciéndolo paulatinamente, primero un día, luego dos, hasta que ya pasaba con él la mayor parte de la semana. A él esto no le importaba, de hecho soportaba con paciencia mis tristezas constantes y llantos sin sentido. Su nombre era Armand. De a poco me fui aferrando a él, era demasiado bueno conmigo, me ayudaba en los momentos en que peor me sentía, estar con él era un alivio a mi dolor. Siempre hacía bromas y me sonreía como si no tuviera la más mínima preocupación.
Llegó el momento en que confiaba tanto en él que decidí que sería mejor para mí hablar de lo que me estaba pasando con alguien. Le hice jurar que no iba a decir nada de lo que habláramos ese día, ante nadie, por nada del mundo. Y él lo juró sin siquiera pensarlo. Cuando se lo conté me dijo que ya lo sabía, en realidad que ya se lo imaginaba. No debía ser muy difícil adivinarlo. Me preguntaba hasta donde sospechaban Alex y Héctor. Obviamente por nada del mundo lloraba en su presencia y la “máscara de alegría” que me ponía era por demás creíble.
Decidí que era el momento, hablar con Alex iba a ser más fácil, pero ¿cómo encarar el asunto? Lo averiguaría sobre la marcha. La busqué por el campus, me dijeron que estaba en el gimnasio y me dirigí hacia allí, la puerta estaba entreabierta y fue lo mejor. Desde afuera logré distinguir la figura de Héctor y presencié el momento que había estado deseando y a la vez temiendo. Caminé hacia atrás lentamente, sentía que me estaba asfixiando, el aire no llegaba a mis pulmones. Cuando estuve lo suficientemente lejos corrí lo más rápido que pude, subí las escaleras y me metí en el cuarto, cerré la puerta de mi habitación con llave y rompí a llorar. Tenía un nudo en la garganta, las lágrimas bañaban mi rostro y sollocé, rogaba que nadie estuviera cerca para escucharme, pero no fue así, alguien golpeó la puerta.
-Vicky, abrí la puerta- era Armand.
No le respondí, escuché su voz como a la distancia ¿estaría perdiendo la consciencia? De lo único que estaba segura era de que tenía mis manos sobre mi rostro, como intentando no ver nuevamente aquella escena.
-Por favor Vicky, abrime.
-No... Quiero… estar sola…
Lo dije muy bajo, pero creo que me escuchó, porque no volvió a insistir. Di rienda suelta a mis lágrimas, sabía que no iba a ser fácil detenerlas, pero no me importaba. No sé cuantas horas pasaron, quizás fueron minutos, no lo sé. Pero escuché que alguien abría la ventana de mi cuarto y entraba en la habitación. Levanté la vista y lo vi a Armand, creo que se sorprendió del aspecto que presentaba, estaba destruida. Él se dirigió hacia mí y me abrazó, yo me aferré a él en un intento inútil de olvidar la herida que se había abierto en mi pecho.
En los días que siguieron fingí no saber nada, creo que la máscara que me ponía todos los días se había clavado a fuego en mi rostro, el único que sabía cómo me sentía en realidad era Armand. Fue difícil al principio, pero ellos estaban tan felices que la máscara fue cada vez menos pesada. Lo que se hacía cada vez más grande era la herida. Armand me decía que tenía que alejarme de ellos, que quizás sería mejor que me cambiaran de habitación, pero yo no quería alejarme de Alex, ella era mi mejor amiga. No, no iba a alejarme, por mucho que me doliera.

Pasó el tiempo y me fui acostumbrando, si bien ya no entrenábamos juntos sí aprovechaba a sentarme con ellos a la hora del almuerzo o de la cena. El tiempo que pasaba con ellos era más corto y por lo tanto menos doloroso, podíamos conversar de lo que habíamos hecho en el día y para mí era más fácil sobrellevar la situación. La excusa perfecta fue que ellos estaban muy por encima de mi nivel y yo me sentía mejor entrenando con chicos de mi edad. Armand siempre estaba conmigo así que también se volvió un amigo más del grupo.
Lo cierto era que los chicos de mi edad no se me acercaban demasiado, creo que por haber estado siempre con Héctor y Alex, no sé que pensarían pero supuse que creían que lo hacía para “escalar posiciones”. Nada más alejado de la realidad. En fin, no tenía más amigos que ellos tres, y tampoco me molestaba demasiado.
Pasaron dos años y se acercó el día en que Alex y Héctor se graduarían de la Academia, ellos ya habían cumplido veintiún años y estaban listos para pasar a formar parte del cuerpo activo, incluso ya desde antes ayudaban a los profesores. Iba a haber una fiesta en honor a los nuevos miembros del ejército a la que no tenía planeado asistir. Era irónico, mis otras compañeras de curso se morían por asistir, pero para ir había que ser invitado por uno de los graduados. A mí me invitó a Alex y Héctor iba a invitar a Armand, pero mi entusiasmo la noche anterior a la fiesta era nulo.
-Vicky tengo algo para vos- me dijo Alex. Parecía muy feliz.
-¿No tiene que ver con la fiesta no?
-Bueno, no me pude resistir y te compré un vestido.
-Te dije que no lo hicieras, no voy a ir.
-Por favor… cuando lo vi pensé que era perfecto para vos.
Me entregó una caja con un gran moño celeste sobre ella.
-Además todavía te debía tu regalo de cumpleaños- me dijo sonriendo.
Solo para complacerla abrí la caja. Era un vestido celeste, de corte largo, demasiado sugerente para mi gusto. No entendí como ella podía creer que ese vestido me sentaría bien. De hecho creo que jamás había usado algo así en mi vida.
-Estás loca- le dije sonriendo.
-Por favor probatelo- y Alex siempre lograba lo que se proponía, y eran muy raras las veces en que podía decirle que no. Así que me resigné y comencé a desvestirme, ella sonreía emocionada para ver el resultado. No entendía como se podía alegrar tanto por un vestido. Me ayudó a subir el cierre y cuando me vio le dije:
-¿Estás contenta ahora?
-¡Te queda hermoso!
Yo me quedé mirándome al espejo, no parecía yo con ese vestido. Estar todo el día con el uniforme de entrenamiento hacía que me viera incluso más extraña. Además ese vestido dejaba al descubierto mis hombros y gran parte de la espalda, definitivamente no era para mí.
-Esa no soy yo.
Ella se reía.
-Si que sos vos, solo que ahora sí pareces una mujer.
-Ja Ja que gracioso.
Alguien golpeó a la puerta.
-No abras.
-Pero seguro que es Armand, le podemos preguntar qué opina.
Yo estaba demasiado incómoda como para ver a nadie. Pero ella lo dejó pasar. Creo que la expresión de Armand me recordó a cómo me sentí el primer día que llegué a la Capital.
-¿No le queda hermoso?- le preguntó.
Armand estaba mudo, tanto que no llegué a distinguir si su reacción era buena o mala.
-Señorita ¿me acompañaría mañana al baile?- dijo haciéndome una mini reverencia.
-Que no voy a ir.
-Dale por favor, hacelo por mí- me decía Alex. El solo hecho de imaginarlos juntos en esa fiesta hacía que me muriera por dentro. Pero tampoco pude negarme, prácticamente me lo estaba suplicando, y hasta se había tomado la molestia de comprarme un vestido, ¿cómo iba a poder decirle que no?
-Está bien, pero me vas a deber una, y muy grande.

Al día siguiente me vestí, me calcé unos zapatos al tono que me había prestado Alex y me dirigí hacia el salón. En la entrada me esperaba Armand vestido con un elegante traje negro, me tendió la mano y entramos. El salón había sido preparado con lujo de detalles, la escalera dorada por la que descenderían los egresados estaba decorada con guirnaldas y flores blancas. Las mesas tenían manteles blancos y los cubiertos plateados brillaban con la luz artificial. Una suave música sonaba de fondo y en el estrado se encontraban algunos profesores encargados de entregar las medallas.
Los alumnos comenzaron a apiñarse en la pista cuando anunciaron la llegada de los egresados. Cuando vi a Alex bajar del brazo de Héctor me sentí muy feliz, ella estaba radiante como siempre, llevaba un hermoso vestido plateado que brillaba como su sonrisa y él… dolorosamente atractivo en su esmoquin negro. Y mi felicidad se mezcló con la tristeza y sentí deseos de llorar, pero reprimí ese cruel sentimiento una vez más y los esperé abajo para saludarlos y felicitarlos como debía hacer una buena amiga. Armand me tomó del brazo, él sabía que estaba sufriendo en silencio y su contacto hizo que me sintiera si bien no feliz, al menos contenida.
Luego de los saludos de rigor y de la ceremonia oficial en donde todos pasaron a recibir sus insignias, comenzó el baile. Yo no sabía bailar así que me quedé sentada en un rincón, me dio pena por Armand, seguramente él sí hubiera querido hacerlo. Los vi bailar juntos y ambos parecían tan felices, los sentimientos contradictorios en mi interior pugnaban cada uno por el primer lugar, pero en esa horrorosa carrera la única que perdía era yo.
Vi que al terminar la pieza Alex y Héctor se acercaban a donde estábamos y ella sacaba a bailar a Armand. Héctor me tendió la mano y me dijo:
-¿Me haría el honor de concederme esta pieza?
-Lo siento Hector, sabés que no sé bailar…
-No tenés que saber, solo tenés que seguirme, yo te voy a guiar.
Y fue él el que tomó mi mano y me obligó a levantarme de la silla, pero yo no podía resistirme a eso, no podía resistirme a nada que él me pidiera. Recordaba vagamente aquellos días en que bailaba con mi padre, él me había enseñado lo poco que sabía. Y bailar con él fue como un sueño hecho realidad y yo sabía que el sueño iba a terminar pronto.
-Era mentira que no sabías bailar.
-Mi padre me enseñó lo poco que sé.
-No hablas mucho de él…
-Porque recordarlo me hace extrañarlo aún más.
-¿Por qué no vas a verlo?
-Porque le prometí que no volvería hasta no ser digna de portar su espada.
Y esa era la primera vez que le contaba eso a él. Creo que se sorprendió pero entendió mi obstinación por no querer variar de arma al entrenar.
-Bueno, ahora entiendo por qué no querés desprenderte de la idea de portar ese nodachi.
Cuando el baile terminó sentí que mi corazón se quebraba una vez más al verlo regresar junto a ella. No lo soporté, y tuve que salir del salón. Me dirigí hacia el campo de entrenamiento desierto, apenas la luz de la luna iluminaba el césped. Me senté lejos del ruido y lloré, como tantas otras veces. El hechizo se había roto, ya eran las doce y yo dejaba de ser Cenicienta para siempre, porque mi cuento jamás iba a poder tener un final feliz.
Lo vi a Armand salir del salón, sabía que él iba a buscarme, pero no me importó, quería estar sola y sufrir sola, no podía ser tan egoísta, no podía atarlo a mí para siempre, aunque sabía que sin él el dolor iba a tardar años en desaparecer. Me oculté para que no me viera, parecía preocupado y me sentí peor. Fue la primera vez que lo pensé ¿y si él me amaba? ¿Por qué sino soportaba todo mi dolor y mi llanto pacientemente? Y si eso era verdad, ¿cómo iba a poder yo corresponderle cuando amaba tan profundamente a Héctor? Cuando mi alma no respondía a otro nombre que no fuera el suyo. No quise pensar más y me hundí en el dolor. Me senté en el suelo detrás de un enorme tronco para que nadie me viera y lloré como nunca antes. Pensé en papá, cómo me hubiera gustado poder llorar abrazada a él.

Pasaron los días y cada vez los vi menos. Siempre estaban demasiado ocupados y me dolió que ya no tuvieran tiempo para mí, pero lo entendía, después de todo ellos ahora ya no eran alumnos. Alex se había ido en una misión y todavía no regresaba. Ese día fui llamada por el rector. No sabía que podía querer él de alguien como yo, solamente lo había visto una o dos veces en todo lo que llevaba allí. Me dirigí inmediatamente a su oficina, y me sorprendí de verlo allí a Héctor.
-Señorita Lestrange, ha sido seleccionada para participar de la próxima misión- me dijo. Sabía que había sido Héctor el que me había propuesto para acompañarlo, nadie más se arriesgaría a llevarme a una misión y menos si era importante.
Nos dieron las indicaciones necesarias y cuando salí le pregunté:
-¿Por qué?
-Porque creo que ya estás lista para esto, y contrariamente a lo que opinan todos, yo creo que estás lo bastante capacitada para hacerlo, aunque ni vos misma te des cuenta de eso.
Sentí que no me estaba mintiendo, él realmente creía lo que estaba afirmando. Y tenía razón, yo no me tenía tanta confianza.
-Preparate, partimos mañana.
Esa era mi primera misión, y Héctor iría conmigo. Estaba demasiado feliz, aunque esa felicidad jamás iba a ser completa disfrutaría cada momento a su lado.

Lo busqué a Armand para contarle, no lo encontraba por ningún lado hasta que llegué al gimnasio y lo escuché gritar:
-¿Estás loco? ¡No podés llevarla a una misión así!
-Ella está perfectamente capacitada para hacerlo como cualquier otro, todos la subestiman.
Era la voz de Héctor y estaba discutiendo con Armand ¿qué estaba pasando?
-Si algo le ocurre… ¡serás el responsable por eso! Y cuando regreses tendrás que enfrentarte a mi furia- jamás había escuchado a Armand tan enfadado, siempre era muy tranquilo y eran raras las ocasiones en que su templado espíritu se alborotaba.
-No voy a dejar que le ocurra nada, podés estar tranquilo.
Pareció que iba a decir algo más pero se detuvo, supliqué que no traicionara mi secreto y así fue. Se dirigió hacia la salida y yo me oculté para que no me viera. Héctor no lo siguió ¿Por qué Armand no podía confiar en mí?
Lo encontré a la hora del almuerzo y le conté lo de la misión, no hice mención a lo que había escuchado en el gimnasio.
-No vayas.
-¿Por qué?
-Porque tengo un mal presentimiento.
-¿Por qué no confiás en mí?
-No es eso…
-Vos pensás igual que todos, que no soy capaz de hacerlo.
-Confío en vos, pero tengo miedo de que te pase algo ¿no podés entenderlo?
-No va a pasarme nada, voy a estar con Héctor.
-Ojalá sea así- dijo y se fue a comer solo.

Y en ese momento no lo entendí y no le presté atención, estaba demasiado ocupada pensando en que al día siguiente emprendería mi primera misión y sería junto a él, y no solo eso, él confiaba en mí y me había elegido especialmente. Todo lo demás no importaba.

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