jueves, 4 de marzo de 2010

El final feliz de Victoria

Los días se sucedían tranquilos en la academia. Mi cuarto ahora estaba tan callado, faltaban allí las risas de Alex, mezcladas con las mías. Ella ahora había tomado el puesto de Capitana de las fuerzas de Marnell y la veía muy poco, más ahora que había que arreglar y solucionar muchos asuntos del ejército y del estado. El Rey Janus confiaba plenamente en ella y le daba todas las misiones importantes, además de que era necesario vigilar a Galbrenos.
Yo pasaba mis días en la academia, ahora tenía alumnos a cargo, aquellos del primer nivel que recién ingresaban como estudiantes. No pude evitar recordar el día que había pisado por primera vez el patio de las instalaciones, el primer día que pasé con Alex, esos recuerdos jamás se borrarían.

“Héctor, ¿viste? ya no lloro más”

Mi padre se había quedado en Sielestene, tenía que recuperarse aún de su lesión y era mejor que estuviera allí hasta entonces, ya habían pasado ocho meses desde que habíamos logrado recuperar Marina.
Janus me había encargado la guardia real y yo los entrenaba a todos personalmente, creo que era demasiado exigente, así como Alex lo había sido conmigo, pero gracias a ella ahora yo podía estar allí, entrenándolos a ellos.
Miré por la ventana de mi cuarto una vez más, hacia el patio, donde estaban mis alumnos esperándome y bajé las escaleras. Cuando llegué frente a la reja un carruaje estaba esperando a que descendiera su pasajero y me asombré tanto cuando lo vi que me quedé inmóvil.
-¿Papá…?
Él se paró frente a mí y yo lo abracé fuertemente.
-Vicky, que grande estás- fue lo primero que me dijo.
-¿Estás bien?
-Perfectamente.
Las lágrimas bañaron mi rostro y volví a abrazarlo. Había tenido tanto miedo de que no se recuperara por completo, que las secuelas de la batalla con Áyax hubieran sido irremediables.
-¿Te quedarás con nosotros?- le pregunté.
-Por un tiempo, luego volveré a Lestrange, voy a volver a levantar a nuestro pueblo.
Eso era típico de mi padre y lo celebré, seguía siendo el mismo de siempre a pesar de lo que había pasado.
-¡Soldado!- llamé a uno de los guardias de la puerta.
-Capitana.
-Avisele a mis alumnos que tienen la mañana libre. Pero que no se ilusionen, continuaremos en la tarde.
-Sí, capitana- dijo y se marchó.
Los ojos de mi padre brillaban, sabía que estaba muy orgulloso de mí, y eso me hacía muy feliz. Desayunamos juntos, él estaba bastante cansado por el largo viaje así que charlamos un poco y luego le dije que se fuera a descansar a mi cuarto.
-¿Y bien?- me preguntó. Lo miré extrañada, no sabía a qué se estaba refiriendo pero era esa cara que ponía siempre que estaba intrigado por algo- ¿cuándo me presentarás a ese chico?
Le sonreí.
-Después de que descanses.

No había vuelto a ver a los demás. Ahora Vincent estaba muy ocupado en Zelten, había tomado el control del gobierno después de la muerte de su padre. Sabía que ahora era feliz con Erzebeth, ambos se merecían un descanso y una vida tranquila después de lo que habían tenido que pasar. Esperaba que él hubiera podido volver a reunirse con sus hermanos. El día que se casaron ellos dos todos asistimos a la boda, y al finalizar nadie imaginó que también iba a casarse Kelies. Cuando los festejos del casamiento de Vincent empezaban en la ciudad él nos llamó a Armand y mí, nos condujo hacia una de las torres y allí le entregó un anillo a Lu. Esa chica era tan alegre y despreocupada, creo que la envidiaba un poco por eso. Armand comenzó con la ceremonia y ambos fuimos los testigos de esta segunda boda en el mismo día. Cualquiera hubiera creído que a mí también me hubiera gustado casarme en ese momento, pero todavía no quería hacerlo, primero iba a disfrutar de mi descubrimiento, de la felicidad que sentía al estar de novia con Armand.
-Los declaro marido y mujer- dijo Armand- ahora puedes besar a la novia- Kelies besó a Lu y Armand me abrazó la cintura y me besó a mí. Le sonreí, jamás había sido tan feliz.

A Joshua tampoco lo había vuelto a ver, sabía que no podía perdonarse lo que había pasado en la batalla final, el momento en que había podido detener a Ker-Danull y sin embargo ella había logrado volver al cuerpo de la niña, había perdido la piedra Lucavi y todos sabíamos que estábamos aún en peligro. Por eso jamás dejé de entrenarme, de entrenar a los futuros soldados de la academia, sabía que ella volvería y que en ese momento iba a tener que volver a enfrentarla, y sabía que iba a ser muy difícil, la última vez casi había muerto y casi había perdido a Armand. Recordé el dolor que había sentido en ese momento, no iba a dejar que volviera a pasar.
Lo busqué, sabía que lo encontraría en la Iglesia, estaba ayudando en todo lo que podía ahora que el padre Joshua no estaba. Los niños se habían encariñado con él enseguida y ambos jugábamos con ellos cuando yo iba allí, en mis pocos ratos libres. Me gustaba ser “Vicky” en vez de “la capitana” a veces.
-Señor, lo busca la capitana de la guardia real- le dijo uno de los acólitos. Armand me vio y me sonrió como todos los días, era esa sonrisa que tanto me gustaba ver. Me tomó de la mano y nos alejamos de la entrada hacia el patio posterior, no había nadie allí y él aprovechó para besarme, era uno de esos besos que me quitaban el aliento.
-Buenos días- me dijo.
-Buenos días- le sonreí.
-¿A qué se debe su presencia en este santo lugar, “capitana”?
-Hoy llegó mi padre, vino desde Sielestene- le dije sonriendo- Te quiere conocer.
-Supongo que no me voy a poder escapar ¿no?
-No- le dije y lo abracé- Te veo a la hora de la cena- y me alejé una vez más hacia la academia.

Mis alumnos me estaban esperando. Algunos incluso ya habían empezado con el entrenamiento por su cuenta. Todos tenían entre diez y quince años y me miraban como si yo fuera una deidad, me hubiera gustado que nuestra historia no saliera a la luz para poder seguir siendo simplemente Vicky… pero en cierto aspecto también me gustaba eso, siempre había querido llegar lejos, quería la admiración de mi padre, quería que él estuviera orgulloso de mí.
-Niños comiencen con la rutina, a correr- golpeé las manos y ellos comenzaron a dar vueltas alrededor de la pista del patio trasero.
-¡Vamos Elizabeth! ¡No dejes que te ganen!- Ella era la más pequeña y siempre daba lo mejor si yo la animaba.
Mi padre se acercó a nosotros, tenía el uniforme de los soldados de la guardia, y llevaba sus dos katanas al cinto.
-Papá, te queda muy bien ese uniforme.
-Janus insistió, dijo que si iba a reconstruir Lestrange que me encargara de esa sección, que iba a darme una división de soldados para que viniera conmigo allí.
Le sonreí.
-Eso es típico de él.
-Me contó su historia, de cómo ayudaron y de lo que hiciste por él y por Marina.
-Siempre exagera cuando lo cuenta.
-Estoy orgulloso de ti, hija.
-Papá- dije y lo abracé- Te extrañé mucho.
-Espero que ese muchacho esté a la altura de las circunstancias.
Sabía que bromeaba, aunque también sabái que quería saber quién era el que se llevando a su “pequeña hija”.
-Solo tenés que saber una cosa, él me salvó de morir, arriesgó su propia vida para salvarme.
Sabía que Janus seguramente se lo había dicho, pero quería decírselo yo misma.
Terminó el entrenamiento y nos dirigimos al comedor, allí ya se encontraba Armand, su túnica blanca brillaba más de lo normal, o quizás era mi imaginación… Tenía el cabello atado atrás y me miraba con esos ojos celestes por los que podía perder la cordura. Miró a mi padre y esperó que nos acercáramos.
-Papá, él es Armand.
Él sonrió y le tendió la mano. Mi padre la tomó y se la estrechó.
-Es un honor conocerlo, señor Lestrange.
-El honor es mío.
Creo que a papá le gustó Armand desde el principio, se llevan muy bien y eso es un gran alivio. Papá estuvo en Marnell por dos semanas y luego se marchó, le prometí que iría a visitarlo pronto junto a Armand. Nos despedimos un día lluvioso, la carreta emprendió rumbo al norte, la seguí con la mirada hasta que desapareció.
Armand me vio bajo la lluvia y me cubrió la cabeza con su capa.
-Vas a enfermarte si seguís parada bajo la lluvia.
-Armand ¿creés que va a estar bien? Va a estar muy solo.
-No lo estará, nos tiene a los dos, y además ahora tiene un escuadrón entero a su cargo.
-Tenés razón, quizás sigo temerosa por lo que pasó.
-Vamos a tu cuarto, te voy a preparar un baño caliente.
Le sonreí.
-Está bien, pero solo si te bañás conmigo.
Escuchar su risa era una de las cosas que más disfrutaba, me reí con él.

Estábamos abrazados dentro de la bañera, disfrutando el cálido baño, él estaba muy callado, así que le pregunté:
-¿Te pasa algo?
-No… Tengo algo para vos- alargó la mano hasta su túnica que descansaba en el suelo y sacó un estuche del bolsillo interior- Iba a esperar un poco más pero creo que soy muy ansioso ¿aceptarías casarte conmigo?
Me había tomado desprevenida, me quedé paralizada y no respondí enseguida. Cuando recuperé el control le tendí los brazos al cuello.
-Acepto.
-Te amo- me dijo y me besó.
-Yo también te amo.